Secuencia 1

Nacho, detrás de la barra, acomoda las copas, mientras conversa con el Escorpión, que está sentado a una de las mesas; cada tanto interrumpe su trabajo y se acoda en el mostrador.

NACHO
– Si... con el circo anduve por Centroamérica... llegamos hasta México... ¿equilibrista? no, nada que ver... titiritero, aunque ahí aprendés un poco de todo... me acuerdo que un par de veces tuve que reemplazar al mago, ¿qué? no... ¡ma qué enfermo! Se agarraba unos pedos de novela... y a veces no podía ni hablar. ¿Por qué me fui?... en realidad se fueron ellos... yo... En México conocí a una mujer... bastante más grande que yo, que cantaba boleros y como yo también tocaba la guitarra... durante algunos meses recorrimos buena parte de México, tocando en cantinas, en pueblos pequeños, hasta que... un día ella desapareció... si... así como te la cuento... desapareció, se esfumó en el desierto... en ese momento no supe que hacer, no tenía un peso... así que me eché a andar, iba de pueblo en pueblo, haciendo changas... hasta que llegué a Buenos Aires, lo que tampoco era gran cosa... porque no tenía que hacer, ni a dónde ir... Un día, estaba trabajando en el Mercado, cargando camiones... y en un descanso me puse a hablar con un tipo, que viajaba todas las semanas al interior, y me ofrecí para acompañarlo en el próximo viaje, pero, le dije, cuando encuentre un pueblo que me guste... ahí me quedo, total... no tengo nada que perder... (Resopla y vuelve a tomar aire) Me acuerdo que paramos en la estación de servicio que está acá enfrente y bajé para estirar un poco las piernas... en eso miro hacia el bar... y sentí una cosa extraña, como si me fuera familiar. A los pocos días estaba trabajando como ayudante... es curioso pero a veces te suceden cosas que te atan para siempre a un lugar y su gente y de pronto sentís que ya no hace falta escapar, que por fin tenés algo que te pertenece y a lo que vos pertenecés... que por fin encontraste tu lugar en el mundo, y que ni siquiera la muerte va a poder arrancarte de ahí. Creo que eso fue lo que me pasó acá, en Perros Muertos... si, creo que todo empezó esa noche...

(De pronto registra al público, lo observa pensativo y dice)

NACHO
– Voy a contarles una historia... una historia reciente... Sucedió aquí mismo. Perros Muertos es un pueblo pequeño, la vida no es un paraíso, pero tampoco un infierno. Sus habitantes no tienen pretensiones desmedidas, pero sus pequeñas ambiciones son invalorables. Sus vidas se entrelazan como el agua del riego que inunda las acequias, confundiendo sus destinos... pero... permítanme que les muestre...
(Se dirige hacia donde está el público)
– Para esto voy a necesitar la ayuda de dos señoritas, dos señoritas del público... (Camina observando a la concurrencia) Las dos agraciadas van a tener la doble fortuna de dar vida a esta historia real y al mismo tiempo darle una oportunidad a su fantasía (dirigiéndose a Marta) ¿No es cierto? (le toma la mano y se la besa delicadamente. Marta se muestra nerviosa) –Era una noche como cualquier otra en Perros Muertos... (camina entre el público) Hacía mucho calor y eran cerca de las dos de la mañana... Me acuerdo que yo estaba limpiando, acomodando las copas... en el baño, en uno de los excusados, Darío y Jorge hacían el amor, como otras tantas veces... (Se acerca a Silvia, que lo mira aterrada y tendiéndole la mano la invita a levantarse) Entra Sandra, la prostituta, que acaba de ser violada por el loquito del pueblo, el hijo del gomero... (la toma del hombro y caminan hacia donde está Marta) Mientras Sandra está contando su mal trance, llega Ely, (se para al lado de Marta y la mira a Silvia como buscando su aprobación, Silvia se ríe nerviosa, Marta se acomoda en su asiento, molesta) ...la adolescente Ely, que como todas las noches viene a fumarse unos cañitos en el baño... (algo se establece, entre los tres, a través de sus miradas, Nacho y Silvia invitan a Marta a acompañarlos, Nacho las lleva a las dos, tomadas por la cintura, hasta la escena) Lo que sigue... ustedes lo saben mejor que nadie... (las suelta, las dos espectadoras se quedan mirándose, interrogantes, mientras Nacho va hasta detrás de la barra y vuelve con dos bolsas) ¿Cómo se llaman?

MARTA
– Yo, Marta.

NACHO
– ¿Y vos?

SILVIA
(Dubitativa)
– Eh... Silvia.

NACHO
– Bueno, acá están sus ropas... cámbiense pronto, que empezamos...

SILVIA
(Desorientada)
– ¿Acá?

NACHO
– Si, vamos no pierdan tiempo.
(Silvia mira a su alrededor, mira al público y la mira a Marta, que le hace un gesto con los hombros. Mientras se cambian cuchichean, Nacho entretanto acomoda la escena).

SILVIA
– ¿Vos de dónde sos?

MARTA
– De la Capital ¿Y vos?

SILVIA
– No... yo... Che, ¿no te parece que está medio sonado este tipo?

MARTA
– ¿Medio?...

SILVIA
– ¿Qué es lo que quiere? No entiendo. Venimos a ver una obra y este loco quiere que actuemos...

MARTA
– A mí me divierte, es como un juego...

SILVIA
– Yo tengo unos nervios ¿Te diste cuenta que nos están mirando? Che, ¿a vos te parece que nos pagarán algo por esto?

MARTA
– ¿Pagar?... noo... ¿No viste la cara de miserable que tiene? ¿Por qué te crees que no vinieron los actores?

(Nacho se acerca)

SILVIA
– Shh... cuidado, ahí viene.

NACHO
– ¿Y? ¿Cómo van? (las observa minuciosamente haciendo algún que otro retoque en el vestuario)

LAS DOS (a coro, con sonrisas nerviosas)
– Ehh, bieen... bien, sí, sí, muy bien...

NACHO
– Bueno, bueno (bate palmas) –Vamos que empezamos. (Marta y Silvia salen de escena por la entrada del bar)

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